lunes, 18 de julio de 2016

Everybody has a ghost

Y a fin de cuentas, no podemos sino creer en fantasmas. ¿Qué otra cosa que fantasmas pueden ser tu abuela que te espera con las empanadas recién sacadas del horno hoy, a más de quince años de no saber más nada de ella en el mundo de los vivos, o su hermana, que aún te encuentra, cada tanto, en la canchita de la esquina, con su paso lento, viniendo de la panadería del otro lado del paso a nivel de la barrera alta?

Esas caras que sólo se ríen a carcajadas cuando te cruzan en el bar, cuando ya no se les entiende una palabra entera, cuando sus facciones no responden a los de un ser humano, cuando los ojos inyectados en sangre tiraron hace rato la toalla pero el portador sigue tirando piñas al aire. Fantasmas.

 ¿y no era un fantasma ese amigo que te acompañó toda la secundaria, descubriendo los placeres y los errores y las sentencias sobre casi todo, el miedo a que el tiempo de conocer el mundo no llegue nunca, el apuro por tomar la vida en dos tragos? ¿Dónde está ese fantasma, en qué dimensión paralela ha ido a vivir?

Con la persistencia de una mala película de terror, reaparece ese ser misterioso que se llevó tu primer desilusión, ésa que vino pegada con la primera vez que sentiste que una canción hablaba de vos, y que otra te hacía verlo en la calle, y que otra te hacía creer que estaba escuchándola en su casa, reaparece, decía. Y vos no sabés por qué el tiempo te ganó la partida y más de veinte años después no podés entender qué pacto con los demonios ha firmado ese ser que, como el fantasma que es, vuelve del siglo pasado a contarte que no hay pares para ambos, ni los hubo. Y vos sabés que tampoco hoy los hay, los fantasmas no tienen par. Y vos no sos uno.

¿Era real o también fue un fantasma esa que te sacó de la realidad y te hizo vivir un invierno mágico, en el que sólo había frío que debía vencerse a arrumaco limpio, en el que sólo había noches de café y sillón y saliva y exploración mental, física, y que de pronto te dejó nuevamente sentado en el adoquín, de nuevo a la intemperie, a la soledad, a la vida que, de tan verdadera, parecía sobreactuada?

Son tan vívidas esas apariciones, que no te permitís pensar que pueden ser verdad. Eso sí que da miedo.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

If...

¿Y si tan solo no estuviera acá,
Como un funambulista sin la red,
Denunciando su nombre en la pared,
Y así al menos saber a quién odiar?

Y si fuera que yo no soy quien soy,
Sino un pobre colega en este mar
De maderas que salvan al sonar
Con arcos de triunfo y de temblor?

Y cómo voy a hacer que tu mirar
Se quede un poco acá, en esta región,
Saliendo de los cuentos de terror
Con la página en blanco y sin gritar?

¿Y si en lugar de condenarme a mí,
Por cosas que no sé siquiera hacer,
Me explicaras cómo lograste ser
Ladrona de mi cerebro febril?

¿Y si no quiero dejar de leer
En secreto hasta para tu sentir
Todo lo que, a distancia, ya aprendí
Que escribieron tus ojos y tu piel?

¿Y si en serio existiesen palabras
Que no estén en ningún telegrama
(y además yo pudiese saberlas)
Para abrir esta puerta lacrada?

Y aunque adivine que este trabajo
De llegar me está dejando afuera,
¿podré, hoy, traicionar mi manera
De buscar el sol y caer tan bajo?

No son las preguntas que quisiera
Pero a falta de certeza alguna
Que amanse mi aullido hacia la luna,

Las congelo de bronce en tu hoguera.

sábado, 10 de agosto de 2013

Él y ella...

Él le habría prometido
contarle en la madrugada
una historia diferente cada vez
que abrazados se quedaran,
si ella hubiera concedido
que menos de tres es nada,
que lo que le dijo, obnubilada, ayer,
no caduca a la mañana.

 Hasta le habría brindado
 el desayuno en la cama,
 esa cama abandonada en el fragor
 de la carne entreverada,
 si ella le hubiese avisado
 con un guiño la jugada
 que la lluvia, torpemente, desnudó,
 saboteando la escalada.

Y nunca es un buen consejo
decir lo que no se piensa,
porque cometés ofensa o, peor aún,
la quedás por traicionero.
Y la bocha que es un fuego,
te la devuelven cuadrada,
y pasás de todo a nada, o peor aún,
al “mientras duró fue bueno”.

Y ella habría conocido
otro que valga la pena,
con el que pasar también la navidad,
además de noches buenas,
si éste le hubiera entendido
que acá el que se enoja marcha,
que si la ambición te ciega, te quedás
sin el premio y a la escarcha.

Y nada de ésto habría sido
si él no hubiese visto nada,
ni esa llama que vibraba más allá
de los guardias que la ataban,
 “que mis bardos me gestiono,
que por mí no te hagas drama,
que ya sé que mi boleta es una más
de un prode que nadie gana”.

De promesas e ilusiones
están hechos varios puertos.
De borradores cobardes,
con leña de frustraciones,
se alimentan los incendios.



miércoles, 17 de julio de 2013

Iluminado, encendido y quemado.

                Y ahora no puede ver el sacacorchos sin ver un rinoceronte. Así que elige el whisky para no tener que destapar una botella. Y mira un poco atrás, y ve un bar lleno de caras que no dicen mucho, y la ve. Y se la presentan, y charla. Y se ríe, y baila como hace tiempo no lo hace ni tiene ganas de hacer. Con movimientos desacompasados pero desvergonzados, también. Y tira centros que son pases a la red, y ella cabecea todos y son gol al final de la noche; y se aprende su teléfono de memoria, porque ni puede teclear el número y guardarlo de lo herido por el fernet que Candela le canjeó (este no es Branca, fijate, dale). Y al fin se convence de que huele bien, y ese perfume es su gloria por un instante. Y sabe que el ex no es ex pero le cree, y le posterga una y otra vez la fecha de casamiento. 
               Y cómo no la llevó...

             Y las deudas de juego se pagan, entonces organiza la comisión para concretar la cena que era un medio, que siempre fue un medio, y el vino que el rinoceronte (¿o es un delfín?) descifra sabe a éxtasis por anticipado, a ese par de cuerpos que son uno, al rodar de los dos en la penumbra; ese fuego en pleno invierno, la noche larga que no acaba pero vive y goza y ríe, la idea que uno dice y es (era...fue) de los dos, el abrazo y sentir que en esa mujer hay muchas que sienten lo mismo pero con otro nombre. Y los cuentos que se cuentan una y otra noche no son iguales, porque ya la segunda historia hablaba de él y de ella.
            Y qué le había faltado una hora antes para darse cuenta que no era una buena idea...

          Y la irrefrenable, laxa, candente, fría, absoluta, incierta, lacerante, gratificante sensación de estar en una fogata que dura poco, que arde y alumbra, mas es robada, usurpada, y a su vez con la impresión vívida de un trono cedido, de una clandestinidad casi legal, de un incipiente código común de señas y tecnología, de cuándo y cómo responder un mensaje, y de última ya nos vamos acostumbrando al otro.
            Y entonces por qué tanto apuro, con qué necesidad ese texto que ni siquiera era suyo...

            Y ese flash de verla respondiendo lo que nadie preguntó, proyectando (él creía) sus sensaciones, y él defendiendo su autonomía para enroscarse sin daños al resto del pasaje, pero viviendo esa diferencia como un tesoro mal habido, que al fin y al cabo, ni más ni menos, lo era. Y sintiendo que ese universo compartido, por su misma naturaleza ilegal, culposa, a destiempo, tenía los días al menos contados, o amenazados. Pero no tanto ni tan pronto. Y otra noche de deseo y hermoso encuentro hasta con la ayuda de la lluvia (que justo apareció) y de la luz (que justo se fue), con la agridulce necesidad de explotar y no lograrlo, con una conexión más allá de lo carnal que, creyó él, daba para seguir explorando. Pero no, la suerte le estaba negada, parece, y el partido de truco que permitió el encuentro le pareció, una vez que el destino mostró las verdaderas cartas, una mano de poker arreglada, con la escalera servida pero sin fichas.

                                Encandilado, se dijo "nos veremos otra vez". Como si lo mereciera.



Milongaruando





Parece ser que el destino
nos quiere bajo un paraguas.
Caminando bajo el agua,
lloviendo de vuelta y de ida
dos o tres perlas perdidas
se quedan en tu remera;
Más voraz que verdadera,
la sed habla por su dueño;
del cántaro de mi sueño
las gotas son mi medida.

Escalones y escalones,
llueve afuera y llueve adentro,
en el parque, y en el centro,
alguien nos canta que llueve.
Y las nubes no se mueven
desde la primera noche
que, esperándote en el coche,
pensaba confusamente:
de los dos, cuál más demente,
quién pagará este derroche.

Llueve y todo se transforma;
la gente común no entiende
que este placer no se vende;
ni el volumen ni el idioma
de las mesas que se asoman
pueden sacarme del trance;
Pero aunque el tipo se canse
de cantar que afuera llueve
sólo del ocho hacia el nueve
se produce algún avance.

Esta llovizna tan terca
nos acompaña a su casa
y un arco en mis ojos traza
su presencia de marfil.
Me niego a pasar por gil
mas no a pasar a su estancia
de simbiótica elegancia,
y ella que (no) es tan cargosa
sirve fotos, café y cosas
que inyectan sangre en mis ansias.

Mas otra vez mi camino
por tanto llover, se anega;
cuando mi carácter llega
al punto de no retorno
en que exponerse al bochorno
de ya ni ser entendido
es un partido perdido
sin intentarlo siquiera,
ella anticipa, sincera,
gracias por no haber querido…

¿Quién te contó tal patraña?
¿fue mi exceso de modales,
mi idiotez con las señales,
o mi candidez extrema?
Ninguno es menor problema
que el de intentar en la vida
no ser sal en las heridas
cuando más salado quieren;
Y es así que nunca tienen
la piel que les es esquiva.

Y hoy soy la llovizna misma,
que estorba pero no moja;
si el caparazón se afloja,
y entran gotas por los codos,
un algo entre nada y todo,
es, de movida, la oferta.
Si se lograra, a la experta
sacarla de su guarida,
la misión está cumplida;
dicen que llueve en tu puerta.





domingo, 30 de junio de 2013

Dos ojos, dos

La vio de nuevo, con su vestido blanco y sus zapatillas azules, y sus ojos grandes, y no pudo dejar de pensar que era una muñeca viva. Toda esa exuberancia de gestualidad, que hacía parecer que todo lo que le pasaba era digno de una tragedia o de un buen film clase B, le quedaba pintada, casi tanto o más que el atuendo que la despegaba del paisaje colonial de Trinidad.

En la Casa de la música, una banda tocaba con ese swing indescifrable temas del repertorio ya repetitivo pero fascinante, pero ella sólo tenía ojos y ambición para aquél, que con elegancia trataba de esquivar los ataques indirectos, los ataques directos, las insinuaciones y los dardos envenenados de lujuria que ella disparó desde la llegada a México. Y éste había sido testigo y cómplice de ella en varias de estas redadas de deseo que aquel, con el arte de un canciller y la destreza de un wing izquierdo, había sabido, desde la llegada y hasta el momento, sortear.

No era muy tarde, más bien era temprano, pero al ser lunes no existía la certeza de que estuviese abierto el boliche (dato que a él lo alivió; no estaba con ánimo de caminar de nuevo todas esas cuadras en subida para llegar luego a la cueva), y entonces, una vez terminado el show en La casa de la música, muchos encararon hacia la calle principal de Trinidad a esperar que los taxis vinieran por ellos.

Ella lo divisó en el malón que bajaba, y le pegó el grito. Una vez que lo alcanzó, caminaron unas cuadras riéndose de lo dificultoso que era descender con elegancia por el empedrado, hasta que le deslizó:

-¿vos lo viste bajando...?

La respuesta de él fueron dos preguntas a las cuales no había que buscar respuesta:

-¿a quién? ¿dónde?

Ella, mirando para atrás y para adelante con dos revoleos de ojos que lo marearon, por toda respuesta dijo:

-yo no lo vi, pensé que estaba con vos.

Él recordó que ya había creído ella que su influencia sobre aquél era mucho mayor de la que realmente tenía (si es que tal cosa existiera, aún en grado ínfimo), y así fue como se lo respondió.

-Se va al boliche...

Y siguió bajando. Pero automáticamente sintió que caminaba solo. Volvió la vista y la encontró parada en el lugar donde recibió su última frase, detenida en el tiempo y en el espacio, con un gesto que no podría clasificarse como sólo de frustración o enojo o ganas de estar teletransportada. Volvió esos tres pasos que había caminado solo y la miró.

Se sentaron, ambos, en la puerta de una casa, y volvieron a tener la misma charla que habían abandonado dos noches atrás, en donde este le decía que no entendía el mecanismo mental por el cual una mina que está buena se regala abiertamente y no se pone a jugar para atrapar su presa; en donde ella le respondía que, si sabía bien lo que quería y de quién ("yo allá tengo...,tengo..., tengo", había dicho en Tulum, argumentando que no era falta sino simplemente deseo), por qué iba a andar pavoneándose.

-Podés ir, y que salga bien; ir y que salga mal, o no ir, y quedarte ("¿conmigo?", "no, mejor ni decirlo", pensó este) en el hotel. Pero vos sos a la que todos buscan, a la que todos persiguen...No la hagas tan mal.

Acto seguido, se levantó y siguió buscando con la mirada ese taxi que lo devolviera al hotel. Pero se le ocurrió mirar hacia atrás, en donde ella seguía parada sin decidirse a volverse hacia arriba o llegar al taxi, con su mundo interior pugnando por salir.

Tres pasos más tarde, volvió a relojear aquel portón. Y, ahora sí la vio subiendo.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Ya no sé que hacer con...

Una buena clase, con el mayor éxito producido por la movilización de recuerdos traídos a colación por otros estímulos, que todos volcaron al papel, con bloqueos de escritor y referencias a familiares extintos incluida. Un lindo viaje, yendo a contramano del gran tránsito. Buenas ideas para aplicar en breve, recomendaciones de estar más atentos a las miradas del personal (así que a ustedes también les parece que puede andar? es bueno saberlo...). Una dentadura en buen estado, tal vez saturada de trabajo mental por la noche. La no tan íntima convicción de un arte desarrollado en conjunto, moldeando una nueva figura con el mismo barro y produciendo una obra distinta. El inminente final de un libro crudamente maravilloso, que se espera con ansias, devorando las páginas cada vez menos resistentes y resistibles. Sensación de desenlace en el corto plazo de una historia comenzada en el verano y postergada por caprichos y contratiempos diversos. El placer de comprar un cd original y que la música contenida en él no defraude. Otra excelente performance del parrillero oficial. Una copa de Álamos malbec con sabor a gloria.
Y lo más importante del día, es lo que no pasa.

martes, 8 de mayo de 2012

Que no haya nada, entonces.

-Te quiero-, le dijo, y lo sentenció

a buscar en los baldíos del frío
una posibilidad quemada
con papeles viejos;

a compararla con todas las boas
que le mostraron la manzana
y luego huyeron.

-Te quiero-, le dijo, y lo condenó

a ver que no todas las primaveras
se pueden robar esas flores
y salir corriendo;

a mantenerse a prudencial distancia
para evitarle más problemas
a aquella solución.

-Te quiero-, le dijo, y entonces lo echó

a navegar dentro de sus enigmas
de aguas quietas y de anclas echadas
en cartones llenos;

a pilotear maremotos antiguos
cuando el capitán bajaba del barco
con dos hermanas suecas.

-Te quiero-, le dijo, y también le dio

la falsa anestesia de su mirada
que habla de su interior aunque el cristal
refreacte el fuego;

la excusa perfecta que evite el dolor
de elegir lo de siempre otra vez
aunque ya no quiera.

Saliendo a ver...


El barrio (lo recordó ahora, lo supo siempre) no le traía, definitivamente, buenos recuerdos. La última gran mala noticia se la dieron un domingo a la mañana, cuando salió a pasear al perro y desde una casa salió un ovejero alemán ávido de sangre canina, directo al cogote de su mascota. Sólo un par de cadenazos y la reacción rápida del bicho evitaron la masacre.
Pero desde hace varios años, por más que las buscara, las provocara, las insinuara, las buenas noticias se negaban a mudarse a ese boulevard. En el siglo pasado, a la mitad de su vida, se encontró pintarrajeando el asfalto luego de ser humillado por una compañera de tercero BOD y por el 60% del curso que escuchaba tras la puerta que daba al patio de la casa toda su sarta de declaraciones pueriles de amor eterno que nacieron un año antes y se terminaron un año después. Su devoción a esa sonrisa, a esa piel dorada y a un trasero digno de verse, lo llevaron a cometer el (segundo) peor de los pecados que un hombre de 16 años puede cometer: la sinceridad. O mejor dicho, el sincericidio. Hurgó por los intrincados recovecos de su escaso laberinto y la pregunta eterna (por qué no yo, si no soy menos que él en...) nunca tuvo una respuesta. Y escuchó un nombre en una conversación del club, que le llamó la atención por cómo sonaba, y se imaginó vaya uno a saber qué cosas...
Poco tiempo después, logró salir de un intrincado camino para, esta vez sí, directamente encerrarse en un círculo de puertas con llave. Nada más que la inquebrantable convicción de que querían lo mismo, de que serían el uno para el otro, de que para ella no habría nadie mejor que él, de que en ella él veía todo lo que esperaba en una mujer (y en una improbable idea de familia que, si tenía un asidero, no era sino sobre apariencias y bases inexistentes) lo hicieron verla como la única mujer, la que él perseguiría hasta convencerla. Debió pensar que no era una buena señal la dirección de su departamento de soltera, pero "departamento de soltera" y "pensar", puestos en la misma frase, definitivamente no reflejan nada de lo que le pasaba por la cabeza cuando se enteró que se mudaba al barrio.
En una de las incalculables oleadas de fe extrema, que lo llevaban a invitarse al derpa, tratando de satisfacerle el eterno antojo de chocolate y dulce de leche y granizado, la vio. Y la recordó como siempre la había visto. Linda, obvio. Pero interesante, también, como con mucho más para dar de lo que se ve en su rostro, como si sus ojos mostrasen un universo que ni ella conoce pero que se antoja como un lugar que, si lo caminás con ella, no es tan malo. Y anotó en su mente miles de preguntas.
En el fondo de su resistencia, se jugó a la refundación. Dejó de dar vueltas sobre lo imposible (lo que no es de a dos, en estas lides, no es) y salió a ver qué onda por esas calles, otra vez. Si pudiera ilusinoarse, llamaría; si sintiese que lo que estos días no fue sólo producto de su crónica ceguera en cuanto a lo que ellas le dicen -y lo que callan-, probaría sentir las palpitaciones de un timbrazo inesperado. Pero, como quien no quiere la cosa, vuelve a ver que las calles son las mismas de siempre, y no sabe. Quién te dice que no te vuelvas a pata y sin un cobre otra vez.